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DE LO REAL A LO IMAGINARIO


pxCon esta nueva obra, Rocío Durán-Barba demuestra una vez más su talento de escritora trayendo un enfoque original sobre los acontecimientos de Mayo de 1968. Tengo algo que decir...parte de la descripción del ideal revolucionario que ha animado a la juventud a lo largo de la Historia, para comentar los movimientos de protesta que se dieron en el mundo durante el decenio de los años 60. El tema central está dedicado, evidentemente, a la explosión del 68, cuyo eco no ha dejado de resonar durante cuarenta años. Pero, además, la autora tiene el acierto de ubicar los acontecimientos de Mayo dentro del contexto de la época en Francia, Europa, Estados Unidos y América Latina. Y, analizándolos a partir de la inmensa documentación que existe, logra comunicarnos la amplitud de los eventos, y su herencia que se prolonga hasta nuestros días. Las páginas desfilan así bajo una visión múltiple, en donde Rocío Durán-Barba se revela como historiadora, socióloga, periodista, politóloga; sirviéndose de una pluma desbordante de pasión y de poesía.




pxLo que retengo de este ensayo, más allá de lo señalado y de análisis crítico que contempla sobre los movimientos de protesta contra los gobiernos e instituciones, es la voluntad de la autora de dar realce a la dimensión histórica y cultural del movimiento contestatario francés. Rocío Durán-Barba nos transporta con fervor al centro de una revuelta de lo imaginario estampada de aspectos surrealistas que se tradujeron en las inscripciones que aparecieron en los muros de París y de los recintos universitarios; al centro de una revuelta hecha de pronunciamientos iconoclastas sobre el sistema educativo, la vida burguesa, el autoritarismo, la segregación sexual, el orden, los tabúes...
pxLa lectura de este libro me llevó, además, a ver resurgir mis recuerdos; y, con ellos, a mi visión personal de lo que fue este movimiento, hoy tan célebre. Yo era, entonces, profesor asistente del Instituto de Estudios Hispánicos, organismo encargado de los estudios de español en la Sorbona, cuyo director, Charles Vincent Aubrun, me había confiado el departamento de publicaciones. Todo comenzó, para mí, la mañana del 11 de mayo de 1968, cuando volvía de normandía a París, en tren, y descubrí mirando el periódico de un pasajero imágenes inesperadas y sobrecogedoras:

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